¿Qué se puede decir?
Del elixir de la irrealidad.
De los miedos que vienen y van como
gaviotas ebrias.
De los cantos que se esconden en cada
hogar por temor a ser oídos, pero que ya no aguantan más el poder de la voz que
los contiene.
De los abrazos que se pierden por un
posible contacto maligno que los condene, sin considerar que nadie más que
nosotros es responsable de las inconsciencias que llevamos a cuestas, los
cadáveres internos que escondemos de la multitud, pero nunca de los ojos
despiertos.
Del caminar por la calle como bajo
sospecha, por oler un horizonte que sólo es posible con la cura grandilocuente
del amor, que todo lo sana y penetra.
De los negocios estremecedores que se
planean y ejecutan detrás de cada noticia lanzada por los dispensadores de
veneno, que llamamos generosamente medios de comunicación, cuando más bien
buscan que vivamos igual que quienes los dirigen, es decir, con miedo a la
muerte, y por lo tanto a la vida, y por lo tanto a toda nuestra existencia.
De quienes se encomian moralmente a
sí mismos y hunden sus prejuicios vacíos contra todo el que se corra de la
norma establecida, aunque sea su más consanguíneo aliado, sin hacer un análisis
serio de lo que es verdad y es mentira, sin antes, mucho menos, pasar la
información por el scanner más verosímil, el de la intuición y la resonancia
interna.
De lo que nos cuesta tanto aprender,
-incluso lo rechazamos- que somos espíritus andando en esta experiencia, y que
cada evento que ocurre tiene una significancia profunda para nuestro desarrollo
consciencial, para nuestra evolución.
De las miradas cegadas, algunas de
las cuales tal vez nunca más vuelvan a ver la luz.
Del orgullo que nos cubre, impidiendo
que el amor, el compartir y la creatividad se vuelvan nuestros compinches en
esta época de extrema desolación.
De las creencias, tradiciones y
supersticiones que arrastramos social e individualmente desde siglos, ya
caducas, que mantienen vivas las llamas de la ignorancia completa, envuelta en
paños de dogmas y rituales peligrosos, perversos, y, cuanto menos, insensatos y
anti naturales.
Qué decir mi querida, mi hermano mi
amigo, mi padre mi maestro, mi profesor mi huésped, mi amada mi directriz, qué
decir que me exploto de amor aquí encerrado, viendo como un mundo se ahoga con
sus propios lamentos. Voy intentando despotricar, al menos sutilmente, algunas
explosiones de luz que puedan llover para los corazones deseosos de verdad, de
aquella pura e inocente luz que encuentra siempre resquicios que colorear, y que
nunca se podrá apagar.
Qué decir, vida mía, y de todos, tú
siempre tan justa, nosotros tan necios e irreverentes. Decirte que al menos me
siento en paz y sincero con mi camino, y agradecerte por cada flor que me
regalás cada mañana, porque puedo asegurarte que el aroma que de ella se
desprende me muestra que sólo los de noble intención y verdadero compromiso,
crearán de este lodo una hermosa mansión de verdes renaceres.
¡Inefable Libertad! hoy tú guías.
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