jueves, 30 de septiembre de 2021

DESPEDÁZATE

 Me disuelvo en el amor de esta nueva humanidad que comienza. Y te invito a que sigas por el sendero que tu alma vibra, ya que ahí está toda la dicha que puedas imaginarte.

Un inmenso piano teje melodías con la nueva armonía que se respira en este ambiente. Es el aroma de la pureza de la que está hecha el sol y otros tantos centros de luz.
Es el ser supremo manifestándose en formas y colores indescriptibles.
Es la vida para la que naciste
Es el canto que de ti brota en forma natural
Es tu espontánea y sublime esencia
Es energía erupcionando de instante en instante, latiendo en equilibrio, soñándonos despiertos
Es la vida que te llama para que la experimentes en toda su plenitud. Sigue el llamado, por favor no pares. Lánzate, con o sin miedos. No estás sólo, van contigo seres de todas las dimensiones y épocas. Toma sus manos, entrégate de cuerpo y alma, y verás milagros acontecer cada vez que abras los ojos.
Es el inicio de un final en esta tierra, pero con la fortaleza que hoy tienes no tendrás grandes obstáculos.
Prepárate para ser uno de los tantos que dirigirán las energías del nuevo mundo.
Despedázate, disuélvete en la vida, como la roca en la lava.



miércoles, 8 de septiembre de 2021

OJOS NUEVOS

 Te soñé caminando por un vacío existencial, sólo comparable al fin de los tiempos. Tu voz de cristal se perdía paulatinamente a medida que te adentrabas en aquel submundo. Por más caótica que parecía la situación, no lo percibí como algo extraño. Sentía que las cosas estaban sucediendo tal cual tenían que ser. Por eso -aunque debo admitir que al principio lo dudé- resolví no entrometerme en los asuntos del destino. Entendí que Dios y Destino son sinónimos: ambos son inevitables. Y tú habías decidido dejarte llevar por aquel torrente de realidad. Ya no querías luchar más. Sólo aceptar de manera profunda y sincera que tu lugar ya no era éste. Que tu lugar nunca es tu lugar, sino el lugar que la vida define para ti.

Cuando ya definitivamente tu figura se deshizo y no pude percibir más nada de tí, entendí que ahora estaba llegando mi hora. Era yo quien debía dejarme arrastrar por aquél aluvión de energía o seguir intentando imponerle mis planes a la existencia. Ya había hecho lo segundo durante prácticamente toda mi vida. ¿Y qué había conseguido? Solamente fortalecer mi "yo", la percepción que de mí he construído. Por lo tanto, seguir por esa senda no me daría más que otros tantos colapsos y choques contra mis propias creaciones. Seguiría frustrándome y repitiendo los mismos patrones y formas de pensar y actuar.
Pero elegir la primera opción tampoco era cosa fácil. Se habían arraigado tanto en mí aquellos hábitos egóicos que me era incluso imposible pensar en qué podría ser yo sin ellos.. ¡y ahí entendí!!! entendí que mi gran problema era querer saber con exactitud lo que venía y lo que pasaría si eligiera esa primera opción, para poder tener control sobre eso !! ahí estaba todo. Mi sufrimiento provenía de no poder tener un conocimiento y un poder sobre lo que iba a suceder, porque eso no entraba en los parámetros de mi "yo", tan acostumbrado a las mismas cosas -con diferentes formas- durante toda su vida.
Entonces.. con lágrimas en el alma, tuve que aceptar que lo mejor para mi proceso de vida era probar con algo que nunca había hecho: Soltar todos mis deseos, todo lo que alguna vez pensé que quería para mí y entregarme de lleno a la incertidumbre total de la vida, usando como única herramienta la confianza plena en la existencia, en dios, es decir, en el amor. ¡Así todo tenía más sentido! Por eso cuando te vi esfumarte en aquellas nieblas de luz, tu rostro no era para nada de tristeza, sino que se podía notar en él un gozo leve y equilibrado, como el que nos provoca disfrutar un amanecer.
Cuando me llegó el momento, solté todo, y sentí un inmenso temblor. Tan grande, que creí literalmente morir.
Un rato después -imposible saber el tiempo, ya que no había manera de computarlo, podrían haber sido 2 horas o 2 meses- me encontraba para mi asombro en el mismo sitio. No podía entender... ¿Qué había sido todo eso? Pensé que al despertar me hallaría en otro lugar, algo así como el Edén o algún paraíso perdido en los confines del universo. Pero NO... estaba en el mismo lugar.
Y de pronto.. apareciste. Diáfana, flemática, modesta, y tan real como mi propia piel. Nunca te había podido percibir así! ¿Podrías haber cambiado tanto en tan poco tiempo? Comprendí que eso era imposible. La única explicación que encontré fue que el que había cambiado era yo, y que mis ojos eran completamente nuevos. Por lo tanto podía percibir sensaciones y colores que antes sólo sentía esporádicamente. Aquello que era temporario en mi, ahora era mi realidad permanente. Además, si bien estabas lejos, yo podía verte cerca, y si bien parecías un ser individual y separado de mí, yo podía verte como una extensión de mis ojos, y te perdías entre todo lo demás, que también era parte de lo único que existía: La unidad de la vida.
Y lo comprendí todo... Nunca es el afuera, es en nuestro mirar que se halla o lo real o lo falso, o lo eterno o lo pasajero, o lo bello o lo feo, o lo pacífico o lo tormentoso. Pude discernir que toda mi vida había estado viendo una realidad artificial, condicionada por la cultura en la que nací y por sistemas de creencias que nos acostumbramos a adoptar y crear. Y pensé.. ¿Cuántos más están en aquella ilusión que yo he estado siempre? ¿Cuánto sufrimiento se desprende de la mirada errónea? ¿Cómo puedo llevar esto a los demás para que se salven de los infiernos creados por los errores en su vista?
Debo confesar que aún no tengo las respuestas. Pero he dado un gran paso en este sendero. Y a partir de ahora intentaré llevar esta enseñanza de la mejor manera a quien la precise conocer, porque entendí que la vida es una bebida sagrada que lo único que exige es que tengamos sed de ella.



lunes, 6 de septiembre de 2021

¿Qué es, verdaderamente, el KARMA? - Glosario Teosófico de H. P. Blavatsky



Físicamente, acción; metafísicamente, la LEY DE RETRIBUCIÓN, la Ley de causa y efecto o de Causación ética. Némesis, sólo en el sentido de mal Karma. Es el undécimo Nidâna [o causa de existencia] en el encadenamiento de causas y efectos, en el Budismo ortodoxo; más aún: es el poder que gobierna todas las cosas, la resultante de la acción moral, el samskâra metafísico, o el efecto moral de un acto sometido para el logro de algo que satisfaga un deseo personal. Hay Karma de mérito y Karma de demérito. El Karma no castiga ni recompensa; es simplemente la Ley única, universal, que dirige infaliblemente, y por decirlo así, ciegamente, todas las demás leyes productoras de ciertos efectos a lo largo de los surcos de sus causaciones respectivas. Cuando el Budismo enseña que “el Karma es aquel núcleo moral (de todo ser), lo único que sobrevive a la muerte y continúa en la transmigración” o reencarnación, quiere decir simplemente que después de cada personalidad no quedan más que las causas que ésta ha producido; causas que son imperecederas, esto es, que no pueden ser eliminadas del universo hasta que sean reemplazadas por sus verdaderos efectos, y destruidas por ellos, por decirlo así, y tales causas –a no ser que sean compensadas con efectos adecuados, durante la vida de la persona que las produjo–, seguirán al Ego reencarnado, y le alcanzarán en su reencarnación subsiguiente hasta quedar del todo restablecida la armonía entre los efectos y las causas. Ninguna “personalidad” –mero conjunto de átomos materiales y de peculiaridades instintivas y mentales– puede continuar naturalmente como tal en el mundo del Espíritu puro. Sólo aquello que es inmortal en su misma naturaleza y divino en su esencia, esto es, el Ego, puede existir para siempre. Y siendo el Ego el que elige la personalidad que va a animar, después de cada Devachán, y el que recibe por medio de dichas personalidades los efectos de las causas Kármicas producidas, de ahí que el Ego, el Yo que es el “núcleo moral” de que se ha hecho mención, y Karma encarnado, sea “lo único que sobrevive a la muerte”. [Esta ley existe desde la eternidad, y en ella, porque es la Eternidad misma, y como tal, puesto que ningún acto puede ser coigual con la Eternidad, no puede decirse que obra, porque es la Acción misma. No es la ola la que ahoga al hombre, sino la acción personal del desdichado que marcha deliberadamente y se coloca bajo la acción impersonal de las leyes que gobiernan el movimiento del océano. El Karma no crea ni designa nada. El hombre es quien traza y crea las causas, y la ley kármica ajusta los efectos, y este ajustamiento no es un acto, sino la armonía universal que tiende siempre a recobrar su posición primitiva, como una rama de árbol, que si se dobla con violencia, rebota con la fuerza correspondiente. Si se fractura el brazo que trató de doblarla, ¿diremos que fué la rama que rompió nuestro brazo, o que nuestra propia imprudencia nos ha acarreado tal desgracia? El Karma no ha tratado jamás de destruir la libertad intelectual e individual, como el dios inventado por los monoteístas. No ha envuelto sus decretos en la obscuridad de un modo intencionado para confundir al hombre, ni tampoco castiga al que osa escudriñar sus misterios; antes al contrario, aquel que a fuerza de estudio y meditación descubre sus intrincados senderos y arroja alguna luz en sus obscuros caminos, en cuyas revueltas perecen tantos hombres a causa de su ignorancia del laberinto de la vida, trabaja para el bien de sus semejantes. El Karma es una ley absoluta y eterna en el mundo de manifestación, y como sólo puede haber un Absoluto, como una sola Causa eterna siempre presente, los creyentes en el Karma no pueden ser considerados como ateos o materialistas, y menos aún como fatalistas, puesto que el Karma es uno con lo Incognoscible, de lo cual es un aspecto, en sus efectos en el mundo fenomenal. (Doctr. Secr., II, 319–320). – Entre las varias divisiones del Karma establecidas (Karma individual y colectivo, Karma positivo y negativo; Karma masculino y femenino, etc.), tiene una importancia especial la triple división en: 1º Karma acumulado o latente (Sañchita Karma), que es el constituido por multitud de causas que vamos acumulando en el decurso de nuestra vida y que no pueden tener inmediata realización; 2º Karma activo o empezado (Prârabdha Karma), aquel cuyos efectos se manifiestan ahora en nuestra propia naturaleza, esto es, aquello que constituye lo que se llama nuestro carácter, las múltiples circunstancias que nos rodean en la vida presente, y 3º el Karma nuevo, el que actualmente engendran nuestras diversas actividades (Kriyamâna Karma). Esta división, que expone J.C. Chatterji en la Filosofía esotérica de la India, es la misma que hallamos en la excelente obra de A. Besant, Sabiduría Antigua, en estos términos: “Será necesario distinguir entre el Karma maduro, pronto a manifestarse como sucesos inevitables en la vida presente; el Karma de carácter, que se manifiesta en las tendencias que son resultado de experiencias acumuladas y que son susceptibles de ser modificadas en la vida presente por el mismo Poder (el Ego) que las creo en la pasada; y por último, el Karma que ahora está produciendo y dará origen a sucesos venideros y al carácter futuro. Estas son las divisiones designadas con los nombres de Prârabdha (empezado, que debe efectuarse en la vida), Sañchita (acumulado), una parte del cual se manifiesta en las tendencias (samskaras), y Kriyamâna, en curso de creación o formación”. (Obra citada, pág. 326). —
San Pablo, el iniciado, expresa de un modo pintoresco la operación del Karma diciendo: “Todo lo que el hombre sembrare, eso recogerá”. (Gálat., VI, 7), sentencia análoga a la de los Purânas: “Todo hombre recoge las consecuencias de sus propias obras”. La ley del Karma se halla inextricablemente ligada con la de la Reencarnación.




 PUENTES HACIA TI MISMO


El dolor atraviesa el mundo, subido al umbral de las cosas imposibles. Como de reojo, cual sabio de antaño, nos divisa y, enseguida, nos quita la atención. Nos tiene presos en cubículos rotos. Encadenados en cadenas vencidas, soñando en plena vigilia.
¿Quién dijo que era malvado? Tal vez sólo cumple su función. Tal vez lo precisamos a veces, para tocar esas fibras que, por el momento, son inalcanzables de otra forma.
El dolor es sutil -y útil- y, por momentos, bellamente sensible. Hasta es como una criatura, que pide cuidados para sobrevivir. Como un pequeño cristal que nos transforma en la fragilidad que él mismo despide. Nos convierte en sombras peregrinas, sedas errantes. Proezas de un destino con piezas borrosas. Las piezas están, pero la niebla aún nos cubre. No podemos ver ese destino, pero lo podemos palpar. Es como el viento.
El dolor es el aroma del grito del alma, una manifestación de un cambio en los engranajes que nos movilizan. Seríamos su hogar perfecto, si no supiéramos soñar: viajar con la imaginación, hasta darnos cuenta que esos viajes son reales, pero se manifiestan en realidades que aún no recordamos cómo abordarlas. Lo haremos pronto, y nadaremos como atletas del altísimo allí. En plena concordancia, en el infinito sentido de lo natural. En la vibración más sublime y sencilla: nuestra pureza en estado bruto.
El dolor son las nubes que tapan el sol de la esencia, los recorridos laberínticos que nos hastían, pero que al fin nos dan un arribo cálido y esperado a la salida: la luz que se presenta al final y al comienzo del túnel. Túnel que va desde la ceguera hasta la visión perfecta, desde el sufrimiento fustigante hasta la felicidad en plenitud que surge del hecho de ser.

El dolor, querido, querida, son los sueños que se marchitan, los anhelos que se ahogan, las palabras que no se dicen -y las que se dicen sin querer ser dichas-, las miradas que se esquivan, las ilusiones a las que tenemos que renunciar, los amores desamorados, el derrumbe de aquello a lo que nos aferramos.
El dolor es la otra cara de la consciencia.
Ambos son puentes al infinito, es decir: hacia ti mismo.