lunes, 6 de septiembre de 2021

 PUENTES HACIA TI MISMO


El dolor atraviesa el mundo, subido al umbral de las cosas imposibles. Como de reojo, cual sabio de antaño, nos divisa y, enseguida, nos quita la atención. Nos tiene presos en cubículos rotos. Encadenados en cadenas vencidas, soñando en plena vigilia.
¿Quién dijo que era malvado? Tal vez sólo cumple su función. Tal vez lo precisamos a veces, para tocar esas fibras que, por el momento, son inalcanzables de otra forma.
El dolor es sutil -y útil- y, por momentos, bellamente sensible. Hasta es como una criatura, que pide cuidados para sobrevivir. Como un pequeño cristal que nos transforma en la fragilidad que él mismo despide. Nos convierte en sombras peregrinas, sedas errantes. Proezas de un destino con piezas borrosas. Las piezas están, pero la niebla aún nos cubre. No podemos ver ese destino, pero lo podemos palpar. Es como el viento.
El dolor es el aroma del grito del alma, una manifestación de un cambio en los engranajes que nos movilizan. Seríamos su hogar perfecto, si no supiéramos soñar: viajar con la imaginación, hasta darnos cuenta que esos viajes son reales, pero se manifiestan en realidades que aún no recordamos cómo abordarlas. Lo haremos pronto, y nadaremos como atletas del altísimo allí. En plena concordancia, en el infinito sentido de lo natural. En la vibración más sublime y sencilla: nuestra pureza en estado bruto.
El dolor son las nubes que tapan el sol de la esencia, los recorridos laberínticos que nos hastían, pero que al fin nos dan un arribo cálido y esperado a la salida: la luz que se presenta al final y al comienzo del túnel. Túnel que va desde la ceguera hasta la visión perfecta, desde el sufrimiento fustigante hasta la felicidad en plenitud que surge del hecho de ser.

El dolor, querido, querida, son los sueños que se marchitan, los anhelos que se ahogan, las palabras que no se dicen -y las que se dicen sin querer ser dichas-, las miradas que se esquivan, las ilusiones a las que tenemos que renunciar, los amores desamorados, el derrumbe de aquello a lo que nos aferramos.
El dolor es la otra cara de la consciencia.
Ambos son puentes al infinito, es decir: hacia ti mismo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario