Físicamente, acción; metafísicamente, la LEY DE RETRIBUCIÓN, la Ley de causa y efecto o de Causación ética. Némesis, sólo en el sentido de mal Karma. Es el undécimo Nidâna [o causa de existencia] en el encadenamiento de causas y efectos, en el Budismo ortodoxo; más aún: es el poder que gobierna todas las cosas, la resultante de la acción moral, el samskâra metafísico, o el efecto moral de un acto sometido para el logro de algo que satisfaga un deseo personal. Hay Karma de mérito y Karma de demérito. El Karma no castiga ni recompensa; es simplemente la Ley única, universal, que dirige infaliblemente, y por decirlo así, ciegamente, todas las demás leyes productoras de ciertos efectos a lo largo de los surcos de sus causaciones respectivas. Cuando el Budismo enseña que “el Karma es aquel núcleo moral (de todo ser), lo único que sobrevive a la muerte y continúa en la transmigración” o reencarnación, quiere decir simplemente que después de cada personalidad no quedan más que las causas que ésta ha producido; causas que son imperecederas, esto es, que no pueden ser eliminadas del universo hasta que sean reemplazadas por sus verdaderos efectos, y destruidas por ellos, por decirlo así, y tales causas –a no ser que sean compensadas con efectos adecuados, durante la vida de la persona que las produjo–, seguirán al Ego reencarnado, y le alcanzarán en su reencarnación subsiguiente hasta quedar del todo restablecida la armonía entre los efectos y las causas. Ninguna “personalidad” –mero conjunto de átomos materiales y de peculiaridades instintivas y mentales– puede continuar naturalmente como tal en el mundo del Espíritu puro. Sólo aquello que es inmortal en su misma naturaleza y divino en su esencia, esto es, el Ego, puede existir para siempre. Y siendo el Ego el que elige la personalidad que va a animar, después de cada Devachán, y el que recibe por medio de dichas personalidades los efectos de las causas Kármicas producidas, de ahí que el Ego, el Yo que es el “núcleo moral” de que se ha hecho mención, y Karma encarnado, sea “lo único que sobrevive a la muerte”. [Esta ley existe desde la eternidad, y en ella, porque es la Eternidad misma, y como tal, puesto que ningún acto puede ser coigual con la Eternidad, no puede decirse que obra, porque es la Acción misma. No es la ola la que ahoga al hombre, sino la acción personal del desdichado que marcha deliberadamente y se coloca bajo la acción impersonal de las leyes que gobiernan el movimiento del océano. El Karma no crea ni designa nada. El hombre es quien traza y crea las causas, y la ley kármica ajusta los efectos, y este ajustamiento no es un acto, sino la armonía universal que tiende siempre a recobrar su posición primitiva, como una rama de árbol, que si se dobla con violencia, rebota con la fuerza correspondiente. Si se fractura el brazo que trató de doblarla, ¿diremos que fué la rama que rompió nuestro brazo, o que nuestra propia imprudencia nos ha acarreado tal desgracia? El Karma no ha tratado jamás de destruir la libertad intelectual e individual, como el dios inventado por los monoteístas. No ha envuelto sus decretos en la obscuridad de un modo intencionado para confundir al hombre, ni tampoco castiga al que osa escudriñar sus misterios; antes al contrario, aquel que a fuerza de estudio y meditación descubre sus intrincados senderos y arroja alguna luz en sus obscuros caminos, en cuyas revueltas perecen tantos hombres a causa de su ignorancia del laberinto de la vida, trabaja para el bien de sus semejantes. El Karma es una ley absoluta y eterna en el mundo de manifestación, y como sólo puede haber un Absoluto, como una sola Causa eterna siempre presente, los creyentes en el Karma no pueden ser considerados como ateos o materialistas, y menos aún como fatalistas, puesto que el Karma es uno con lo Incognoscible, de lo cual es un aspecto, en sus efectos en el mundo fenomenal. (Doctr. Secr., II, 319–320). – Entre las varias divisiones del Karma establecidas (Karma individual y colectivo, Karma positivo y negativo; Karma masculino y femenino, etc.), tiene una importancia especial la triple división en: 1º Karma acumulado o latente (Sañchita Karma), que es el constituido por multitud de causas que vamos acumulando en el decurso de nuestra vida y que no pueden tener inmediata realización; 2º Karma activo o empezado (Prârabdha Karma), aquel cuyos efectos se manifiestan ahora en nuestra propia naturaleza, esto es, aquello que constituye lo que se llama nuestro carácter, las múltiples circunstancias que nos rodean en la vida presente, y 3º el Karma nuevo, el que actualmente engendran nuestras diversas actividades (Kriyamâna Karma). Esta división, que expone J.C. Chatterji en la Filosofía esotérica de la India, es la misma que hallamos en la excelente obra de A. Besant, Sabiduría Antigua, en estos términos: “Será necesario distinguir entre el Karma maduro, pronto a manifestarse como sucesos inevitables en la vida presente; el Karma de carácter, que se manifiesta en las tendencias que son resultado de experiencias acumuladas y que son susceptibles de ser modificadas en la vida presente por el mismo Poder (el Ego) que las creo en la pasada; y por último, el Karma que ahora está produciendo y dará origen a sucesos venideros y al carácter futuro. Estas son las divisiones designadas con los nombres de Prârabdha (empezado, que debe efectuarse en la vida), Sañchita (acumulado), una parte del cual se manifiesta en las tendencias (samskaras), y Kriyamâna, en curso de creación o formación”. (Obra citada, pág. 326). —
San Pablo, el iniciado, expresa de un modo pintoresco la operación del Karma diciendo: “Todo lo que el hombre sembrare, eso recogerá”. (Gálat., VI, 7), sentencia análoga a la de los Purânas: “Todo hombre recoge las consecuencias de sus propias obras”. La ley del Karma se halla inextricablemente ligada con la de la Reencarnación.
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