SOLTAR EL CUERPO Y AGARRAR EL ALMA
Esta es una de las tantas historias de
gente común que, con no poca monotonía, transita los días de su vida
continuando los trabajos familiares que sus abuelos habían iniciado desde su
llegada a América, en este caso a tierras bañadas por el Río de la plata. Esta
región geográfica fue algún día una provincia de Argentina, hasta que decidió
separarse, convirtiéndose en el país Uruguay.
En su capital, Montevideo, residía
Miguel Guzmán, casado, con dos hijos varones. Él llevaba adelante el negocio
heredado de venta de repuestos de automóviles y máquinas del agro, hoy
transformado en agencia de vehículos de todas las marcas, repuestos en general
y autopartes.
Día tras día, Miguel desconectaba la alarma
de su negocio para introducir la llave en la cerradura, abrir y así entrar por
millonésima vez en su local. Fue descubriendo, año tras año, las estrategias
para ser un excelente vendedor y conformar a su nutrida y variada clientela.
Siendo gerente general único, sólo y famoso por su carrera económica tan
progresista y brillante, se convirtió en un hábil y diestro personaje de las
finanzas. Había hecho bastante dinero. También inversiones en inmuebles y
viajes por el mundo con su familia, de quienes disfrutaba mucho. Amaba la
geografía, la historia y el arte. Su ciclo vital se deslizaba bajo
circunstancias que, si bien a veces resultaban complejas, no lo eran tanto, ya
que los años le habían otorgado capacidad y soltura para sortearlas sin mayores
complicaciones.
Más la
regular comunicación con su primo peruano (por adopción), independiente,
antropólogo y descolgado por su propia voluntad del sistema imperante, revivía
las experiencias que habían compartido juntos en la infancia. Venían a su
mente el campo, los bosquecillos, los arroyos, las máquinas cosechadoras, las
quintas con frutas y verduras, los pájaros construyendo con barro y paja, los
amaneceres y puestas de sol sobre el ancho horizonte –luminoso y sideral- y
todos los sueños soñados de niño. ¡Cuánta blandura en su pecho! ¡Cuánto gozo de
colores y aromas de frutos maduros! ¡Cuánta ternura junto a los campesinos! ¿A
dónde había quedado todo aquello? ¿Qué hacía entre fríos hierros de vehículos y
repuestos ocasionales que les entregaba a sus demandantes clientes?. Sintió la
sangre en su cuerpo, el palpitar de sus sentidos desbordándose desorganizado.
“¿Quién soy? ¿Soy este o aquél?.. No lo sé”. Y así terminó un nuevo día
recogiéndose en su hogar, desasosegado y lleno de dudas.
Otra vez sonó el despertador. Aún dormido,
bajo la ducha, volvió a resonar la pregunta, que no se había apagado en su
interior a pesar del dormir profundo. “¿Cuál de ellos soy?”. Su primo, amante
de la naturaleza, y motivado por vestigios que lleva en su ADN de un antepasado
Inca, se fue a vivir a una comunidad indígena en la pre-cordillera Andina, en
donde además de cultivar orgánicamente sus alimentos y hierbas medicinales,
disfruta desarrollando sus talentos, modelando cacharros de cerámica a veces y
otras tejiendo cálidas mantas de vicuña y guanaco.
Estando Miguel abstraído en sus actividades
habituales, una bella tarde de Julio, recibe de pronto una nueva llamada de su
querido pariente, quien, a modo de reencuentro, lo invita a presenciar la
fiesta tradicional de la PACHAMAMA KAYNI,
que estaba próxima a celebrarse en el mes siguiente. Se trata de la celebración
más grande de América del Sur, que se lleva a cabo el primero de Agosto de cada
año, día de la “CORPACHADA”. La ceremonia tiene como objetivo reforzar y restablecer el vínculo de
reciprocidad entre la humanidad y la madre tierra. Procura borrar las fronteras
entre Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia y Perú, en un vínculo
sagrado y ancestral que remite a nuestras culturas originarias andinas, porque
estos países pertenecieron a la confederación del Tahuantinsuyo, mal llamado
Imperio Incaico. Su primo le cuenta que, según la cosmovisión andina del COLLASUYU, en el mes de los vientos,
Agosto, la tierra se despierta y lo mueve todo, y ahí están sus hijos e hijas
para celebrar con cantos y alimentos el SUMAKAWAY,
el “Buen vivir”.
Miguel lo escucha atentamente y siente que algo lo enfrenta a
sí mismo. Una descarga de imágenes calladamente guardadas estallan, sacándolo
del letargo en que vivía. Siente que no sabe lo que es ser feliz, tampoco
libre, que todo lo que posee lo posee, que no goza de lo que hace, que su vida
es constante monotonía existencial, y que está apegado a ese estilo de vida por
miedo a perder aquello que le pareció un gran logro: multiplicar posesiones
heredadas y aún modernizarlas al ritmo de los cambios económicos del país y del
mundo; una verdadera acrobacia financiera. Hasta su matrimonio había sido para
beneficiarse. Era joven, y no se dio cuenta de los inconvenientes que le
acarrearía compartir vida y cama con alguien de diferente sensibilidad. Porque
en aquella época, aún a flor de piel sentía amor por la naturaleza y el arte,
aunque jamás se había percatado de esto último y de su capacidad de asombrarse con
la belleza.
Sus hijos habían sido su esperanza para
compartir, dialogar y ser compinches de aventuras, cosa que nunca logró con su
esposa. La crianza con amor, ese amor que hubiera tenido que generarse junto
con la madre de ellos, no existió; a cambio de eso le dieron todo aquello que
pedían, los más variados juguetes de moda, ropa fashion, zapatillas de marca,
etc, y hasta amigos del mismo estatus socioeconómico. Uno de sus hijos, el más
sensible, aún manifiesta falta de autoestima e incertidumbre por ausencia de
afectos. El otro, más mental y egocéntrico, también por su inseguridad, desde
la adolescencia mostró condiciones comerciales y se preparó para ser
continuador del patrimonio familiar.
Luego de un largo silencio, con las puertas
abiertas de su alma, decide aceptar la invitación, y emprender un viaje Perú
solo.
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Desde que abordó el avión, se sintió transportado a otros tiempos y espacios, como en su juventud. Luego su mente, ya relajada, entró poco a poco en una gran paz y recordó cuánto gozaba los juegos y aventuras con su primo. ¿“Habría cambiado su cabellera roja con los años?”, pensó. ¡Hacía tanto que no lo veía! Ansiaba llegar.
El vuelo salió del aeropuerto de Carrasco y
atravesó Brasil, Paraguay y las altas cumbres andinas que, desde arriba y entre
nubes, se veían muy pequeñas. Y en el Callao, aeropuerto de Lima, aterrizó.
Cuando pisó suelo peruano, percibió una energía diferente. Sintió una gran
levedad. Flotaba y sonreía involuntariamente. Pasó migraciones, la aduana y, bajando hacia el hall central por la escalera mecánica, vio entre la multitud
un sombrero tipo texano de paja que se agitaba. Emergía entre los carteles que
se alzaban con nombres y entre batidas de manos y pañuelos. Quien sostenía el
sombrero tenía el rostro tierra, rústico, curtido por el sol, con larga cabellera
roja, entrecana, ancha sonrisa y ojos resplandecientes. Lo había detectado a Miguel y
le hacía señas. “¿Será posible que después de 30 años, pálido y gordito como
estoy, alguien pueda reconocer a ese Miguel que fui?”, pensó. Se le aceleró el
corazón, lo que le anticipaba que nunca olvidaría ese día tan especial. El
reencuentro fue muy gratificante.
En la camioneta de Osvaldo, su primo,
partieron hacia Cuzco, donde él residía. No pararon de hablar ni un solo
segundo, ¡había tanto que contarse!. Después de unos cuantos kilómetros y horas
de viaje, llegaron a una zona de senderos entre montañas. Éstos los conducirían
a una villa de casas de adobe rodeada de cultivos diversos -maíz, papas,
zapallos-, frutales y flores, entre otras cosas. A la sombra de las higueras se
podía ver a las tejedoras que, abismadas en su trabajo, creaban guardas étnicas
para sus ropas y ponchos. En la playita junto al río Urubamba, y a los pies del Vilcabamba,
jugaban a la pelota los niños. Algunos curiosos se asomaron y el chamán de la
comunidad se acercó para darle una especial bienvenida, rociándolo con agua y
esencias sagrados, como era habitual.
En los días que continuaron, Miguel se
despertaba admirando la belleza del paisaje y de amaneceres con el sol surgiendo entre montañas, el canto de los pájaros, sonidos de otros animales y pastores
arriando rebaños. Ayudaba en la recolección de los frutos de la tierra y hasta
amasó barro para ampliar la casa de su primo y para la construcción de otras dependencias
de adobe. También para la creación de vasijas, ollas, cazuelas y jarras
cantoras de barro y cerámica, ya que para el festejo de la PACHAMAMA serían utilizadas para transportar las ofrendas de hojas
de coca, granos, frutos en general, confituras, licores elaborados con
cereales, etc. Cada día se compenetraba más con las actividades de la
comunidad, educía la historia de ese pueblo escuchando leyendas ancestrales y
aprendía de todo, hasta de los cantos de los niños, que trinaban versos que
contenían las raíces incas para que éstas no se pierdan. Por las noches, la
luna y las estrellas parecían estar ahí al alcance de sus manos y algo
involuntario a él lo invitaba a cantar coplas chayeras en Quechua, que
acompañaba con sonidos rítmicos de una caja. Y ya no dudaba. Su perspicacia le
decía que era el “hijo pródigo” regresando a su hogar. Experimentaba la
auténtica felicidad, que nunca antes había sentido.
El esperado Primero de Agosto, día de la CORPACHADA, llegó. Después de bañarse al
alba en un desvío del río Urubamba, entre piedras desgastadas que formaban una
pileta natural por el continuo fluir del agua, vistió ropas típicas, calzó
ojotas y sombrero de fieltro y se confundió con los campesinos, que ese día no
trabajaban para ir a festejar. Era uno de ellos, tocando la zampoña y bailando.
Él sentía que esta ceremonia era su tradición y su cultura. Empezó a recordarlo todo, como si un libro se hubiera abierto en su corazón.
Honrado se sintió cuando le ofrecieron, junto
a su primo y otros, que cavaran el pozo sagrado para que luego las parejas se
acercaran a colocar los alimentos naturales que habían sido preparados con sumo
respeto; las hojas de coca primero, luego el tabaco picado, semillas, bebidas de
plantas y árboles como aloja de algarroba, chañar, mistol, pigueñil y chal-chal.
También chicha de maíz y de maní, y frutas. A partir de ese momento se ahúma la
tierra y ese sitio pasa a ser una Apacheta,
lugar de trabajo espiritual, lugar de armonía, lugar de salud. Al ocultarse el
sol y terminar de quemarse los leños, finaliza la ceremonia, y todos regresan deseando
en su interior la aprobación y el cumplimiento de aquellas leyes que permitan a
los miembros de la comunidad el pleno ejercicio de su cultura y tradición
milenaria.
Miguel llegó exhausto a su habitación y,
consciente de que muchas de sus pieles se habían caído, sintiéndose pleno, se
durmió profundamente.
Al día siguiente aún escuchaba en sus oídos
la música de los muchos instrumentos, y una ráfaga de aire con aroma de hierbas
que bajaba de los cerros, le trajo un claro mensaje: “Este es tu lugar”.
Decidió que así sería y se lo transmitió a su primo. A éste no le asombró la
noticia, es más, casi, la esperaba. Durante largo rato conversaron y planificaron
un poco su futuro, compartiendo sendos y sabrosos platos de comida típica,
hechos con productos de la huerta. Osvaldo, encantado con esta decisión, le
ofreció compartir todos los bienes que poseía. Luego, le comunicaron la buena
nueva al TAYTA, “Hombre Sabio”,
presidente de la organización MINKAKUY
TAWANTISUNYUPAQ, célebre por ser orador, trasmisor y celoso guardián la
lengua, la cultura y las leyes del lugar.
Sólo le quedaba regresar a su Montevideo
natal para comunicárselo a su familia y dejar a cargo del negocio a su hijo
mayor, que estaba muy bien preparado en Administración de Empresas. Éste había
manifestado ya talento y deseos de llevar adelanto el comercio, por lo tanto se
reducía para Miguel la problemática en este aspecto. El hijo menor, encargado
del sector mayorista, tampoco resultaba ser un inconveniente. Quizás la
ausencia de su padre, en principio, los afectara, pero con el transcurso de
los días toda marejada emocional se amortiguaría. Y así fue que al verlo personalmente y observar el rostro distendido
de su padre, con ojos brillantes, bronceado por el sol, seguro y sonriente,
aceptaron sin más su decisión. Mucho después, surgieron algunos interrogantes
que eran inevitables.
En cuanto a su esposa, que había sido
siempre tan apática y desinteresada, apegada al celular y noticieros
sensacionalistas del televisor, la sensación que experimentó fue como la de un chubasco helado. Algunas lágrimas rodaron por sus mejillas pero, después de un
profundo suspiro, la angustia se desbloqueó y recordó que en sus juventud hacer
artesanías, y en particular las textiles, le encantaba. ¿Por qué no probar
retomando aquello en su lugar originario?. El cambio geográfico sería duro, no
lo dudaba. Más lo intentaría.
Después de organizarlo todo y despedirse de
amigos, clientes y otros familiares, una tarde de Octubre abordó con su mujer
el avión de regreso a Lima, donde estaría Osvaldo esperando como la vez pasada.
Cuando llegaron, recibieron la noticia de que le habían designado unas hermosas
parcelas de tierra con canales de agua, que limitaban más allá con un bello
lago transparente y azul. Su esposa vio con sorpresa que, rodeada de tanta
belleza, después de haber visitado ese lugar indescriptible que es el MACHU-PICHU, galerías de arte y lugares
milenarios que fuertemente despertaron dentro de ella potenciales dormidos de
creatividad, se convirtió en orientadora artística, facilitando e impulsando la
venta de objetos que se ofrecen a los turistas: prendas de vestir étnicas, algo
estilizadas, que comenzaron a exportar con gran éxito.
En cuanto a Miguel, ofreció a la comunidad
su habilidad en el manejo comercial para mejorar la economía sustentable. Su
primo lo ayudó a conocer la cultura biodinámica y, posteriormente, a trabajar
la tierra. Y juntos iniciaron un emprendimiento de comedor comunitario, para
alimentar a familias de otras comunidades menos favorecidas. Construyó su propia casa de adobe con ayuda
de los campesinos y grande fue su alegría cuando recibió la noticia de que
pronto sería abuelo y que su hijo menor lo visitaría, ya que estaba interesado
en recorrer aquellas tierras, pues su sensibilidad estaba despertando cada vez más y lo
incitaba a conocer y valorar lo que sus padres estaban viviendo. Luego viajaría
su hijo mayor.
Y… ¡Qué mas! Se
descalzó para estar más conectado a la tierra, caminó hacia el lago y,
acostándose sobre la hierba con los brazos abiertos, contempló ese cielo tan
azul, donde ocasionalmente una bandada de garzas moras surcaba el espacio en
formación hacia el lugar en donde se originaban las múltiples cascadas que
habitaban el lugar. Así se cumplía lo
que soñó, y el BUEN VIVIR LO INVADIÓ. Soltó su cuerpo, y agarró con fuerza su alma. Y así quedó.
GRACIELA CASINA - 19-12-2020 - AÑO PRE-BISAGRA