martes, 24 de septiembre de 2019

HUELLAS DE ETERNIDAD


                    
    Las intenciones vagaban solitarias en el mar. De vez en cuando, alguna moría de sed o de hambre. Pero la mayoría resistía. Entre ellas había un diálogo constante, y se apoyaban mutuamente en sus necesidades. Cada mañana, la primera que se despertaba preparaba el desayuno. Había dos que cocinaban el almuerzo con lo que otras dos habían pescado la noche anterior. No todas cenaban, cada una tenía sus horarios, algunas se dormían muy temprano. Había una que siempre estaba leyendo -un libro por día era el promedio-. Había otra que dormía durante el día y se mantenía despierta durante la noche para hacer la vigilancia. De vez en cuando pasaban algunos tiburones hambrientos y había que ahuyentarlos con arpones y piedras.
    Cada una cumplía un rol. La más anciana de todas, que había estado desde la infancia en el seno de su dueño, era la que conservaba la mayor templanza. Si alguna se desesperaba o se ponía muy ansiosa, ella la calmaba con algunas palabras y un abrazo esperanzador. No permitía que ninguna que no esté totalmente decidida a caer, caiga.
    Con el tiempo, algunas se desvanecieron. Simplemente sucedía, ya que no eran más que ilusiones, sueños imposibles. Pero todas las que podían concretarse seguían con vida y día a día esperaban con fe llegar a tierra.
    Hacía años que andaban a la mar, pero sabían que en algún momento llegarían. Habían leído libros sobre aventuras de otras intenciones que ni en toda una vida entera habían podido conocer orilla alguna. Ellas presentían en su interior que no iban a terminar igual.
Tormentas inimaginables azotaban la pequeña aunque poderosa barca que su creador había construido, pero era imposible hundir semejante fuerza de voluntad.

    Un día como tantos otros, vieron pasar un gigantesco barco que contenía miles de seres como ellas, de distintos colores y tamaños. Pero había algo raro. Se dirigían en sentido contrario, iban mar adentro. Allí hacia el lugar de donde ellas venían, donde no había orillas, sólo profundidad infinita. Se veían muy tristes y desoladas. No se rescataba ni una sola sonrisa entre toda la multitud. El barco llevaba atrás una bandera blanca. Se habían rendido. ¿por qué? pensaron las intenciones que iban hacia tierra. Había algunas tan jóvenes... ¿por qué tan pronto? ¿nadie les dijo que transitamos la eternidad? ¿nadie les contó lo bello que iba a ser alcanzar la plenitud de concretarse? ¿por qué darse de baja antes de tiempo?
Las tripulantes interpretaron este encuentro como una señal: “Bajo ningún modo podemos bajar los brazos. Nuestros sueños se cumplirán, cueste lo que cueste.”

    Pasaban los años y aún no divisaban ningún terraplén, ni gaviotas que podrían mensajear un acercamiento. A pesar de esto, la fe se mantenía firme en casi todas. Pero un día, en verdad una noche, totalmente destellada, vieron una luz que estaba demasiado baja para ser una estrella. Era un pequeño faro. Se estaban avecinando a tierra.. ¡No podían contener ni expresar tanta felicidad junta!. Los gritos de alegría llovían entre sus rostros. La que hacía la vigilancia, que estaba a punto de rendirse, recuperó su ánimo de un salto enérgico.
En algunas horas, pisaron el tan esperado suelo firme.

    Al llegar, no hubo pensamientos, fue un instante de plena transformación. Experimentaron una mutación completa de sus cuerpos. ¡Pasaron de ser simples ondas energéticas a tener un propio cuerpo físico! Sintieron que se estaba cumpliendo el destino que tanto habían seguido. Se abrazaron fuertemente y se despidieron, ya era hora de que cada una siga su natural camino a casa.
    Sucedió algo en la orilla aunque ninguna de ellas lo notó. La tierra sonreía, también se estaban cumpliendo sus sueños.

    La barca en la que viajaban tenía un nombre: AMOR.


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