¿Cómo se escapan los presos del sol?. ¿Cómo
se drena el corazón humano de vestigios ancestrales? ¿Cómo se convierte la voz
en una melodía?.
Hay un filtro que deja atrás lo pesado, una
ventisca que rejuvenece y se lleva lo que tiene que irse a crecer a otra parte.
Es el amor. No hay un por qué, es superior, no hay un para quién, es para todos.
No hay un dónde, es en todos lados. Está latente, como tu destino. Está vivo,
como tus ojos.
Está cerca, como tu palabra. Sin embargo, hay plagas de espirales que tejen tu
evolución y vivimos inmersos en ciclos de existencia que ni se nos ocurriría
imaginar. Por momentos nos perdemos en lo más profundo de lo mundano. Tocamos
fondo, nos recostamos en él, luchamos inútilmente para que no nos guste tanto y
nos tiente a quedarnos. Pero la
tentación es nuestra. Él llega para que despeguemos y nos desapeguemos. Todo es
un despegue y un despliegue. Cada espiral es un avance. Cada salto es un paso y
no hay grandes pasos, todo es progresivamente bello. Este mundo es confuso, la
realidad es difusa afuera. Adentro, hay un mar en plena calma y otro con
constantes tormentas. Uno es eterno, el otro pasajero. El pasajero nos hace
enamorarnos del eterno. Todo lo que llega para no quedarse nos acerca a lo que
se quedará para siempre. Siempre estamos más cerca de aquél brillante mar. En
el mar con tormentas somos barcos, en el otro somos el mismo mar. ¿Por qué
tanto trajín? ¿por qué tanta locura? ¿por qué tanto rebusque? si lo eterno está
allí, sin movernos ni un metro. Las preguntas se responderán solas. La
naturaleza responde por instinto. Nuestro instinto espiritual lo sabe todo. El
dolor existe porque no vamos hacia él.
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