CONTACTO ETERNO: LA LEYENDA DE BLÚO Y MANI
Este encuentro ocurrió en una
humanidad pasada…
Blúo era un ser tremendamente enérgico y
vital, pero su odio no lo dejaba vivir. Así, después de vagar por mil lugares
sintiéndose como un extraño y de odiar y herir a muchos, la vida le fue
mostrando cuán errado era su camino. Estuvo a punto de quedarse ciego, pero un
milagro salvó sus ojos. Su cuerpo físico comenzó a enfermarse más
frecuentemente. Sentía que debía parar ese ritmo, o moriría. Así fue que se
alejó de las ciudades y se fue a vivir como ermitaño, pasando algunos años en
un sitio y otros en otro. Se mantenía alejado de la sociedad. De vez en cuando
volvía pero cuando sentía que nuevamente hacía daño se internaba unos años más.
Un día decidió abandonar aquellas formas. Y conoció a una familia con la cual
podía compartir sus días.
Después de trabajar en el campo durante
mucho tiempo, una tarde, inundado por una sensación de paz, fue corriendo hasta
la orilla de un lago y se dejó caer. Al despertar, atado al puente de lo
infinito, Blúo cayó en la cuenta de que había decidido dejarse encontrar por el
mismísimo Dios.
De pronto se descubrió viviendo en un
nuevo mundo, libre de gastos energéticos innecesarios, libre de amores
obsesivos y de ídolos de falso oro. En un atajo de lo inesperado, su alma se
había empapado del viento del amor eterno, un sutil estadío de vida que
compaginó cada gota de su mundo. Se entregó a la amnesia total, a olvidar quién
era, todo lo que había hecho y dicho, a transmutarse por completo, cambiando su
piel y el color de sus órganos, la forma de sus células y el tamaño de su
glándula pineal.
Caminaba cuando
quería y si no, iba volando, improvisando melodías con el sabor de lo
invisible, dejándose volver carne tierna por la amabilidad del viento.
Cuando
parecía que de pronto se cortaban los canales que lo conectaban con la vida,
creció de él el dragón de la iluminación, plegado de colores nunca antes
vistos, impregnado de hojas de árboles que florecen en todas las estaciones.
Manejó su energía a su antojo pero siempre para el bien, que se volvió la única
opción para vivir en el mundo. La tristeza, que lo había acompañado tanto
tiempo, se rindió ante su luz inregistrable y se volvió su discípula, hasta
ella quería aprender a vivir en paz.
Todo lo que hizo lo realizó conjuntamente con
su Alma Gemela, Mani, ya que potenciaban sus sentires de una forma magistral.
Ella, había
encontrado su luz a través de los viajes, los desapegos y la pobreza total. El no tener nada le había
hecho valerse de su gigantesco cauce lumínico interior. En su corazón se
encontraban grandes anhelos, pero no podía realizarlos porque estaba enojada
con el mundo de las formas y el dinero. Hasta que comprendió que somos aquella
misma abundancia que ella rechazaba, por lo tanto se estaba rechazando.
Tras varios años de caminata y haber
probado todo tipo de experiencias que le causaran felicidad, casi al borde de
la locura, comprendió que si se dejaba ir por aquel aluvión ilusorio, tendría
que volver a encarnar en este mundo para volver a aprender aquella misma
lección. Todo su gran potencial lo estaba usando para satisfacer sus sentidos y
no para expandir su conciencia. Y en esa misma tarde en que Blúo había sentido
la atracción hacia el lago, ocurrió un momento de luz total, donde comprendió
que ella era un jardín y ya no sólo una flor. Era el sol y ya no sólo un rayo.
Era el cielo y ya no sólo un pájaro. Era la tierra y ya no sólo una montaña.
Era Dios y ya no sólo una humana.
Era un nacer sin morir, el segundo nacimiento,
un acto de liberación del mundo material, un despojo de todo lo obsoleto, un
lance al río del universo. Era reconocer la existencia en sí misma del océano,
el darse cuenta de la inmensidad que vive en el interior. Era la realización de
los deseos de su alma y luego la expresión total de su espíritu, única razón de
ser. Era dejar de imaginar para convertirse en la imaginación misma, y ser
todas las historias fantásticas en una sola. Cada pensamiento ahora se manifestaba
a una velocidad luz. Volvía el amor, esa fuerza atómica, inmoldeable, expansiva,
totalmente real, como un aluvión de rocas del designio de los mundos, como el
espejo de un espacio siempre presente habitado por lo prolijo de la quietud.
Ese día, al caminar con su nueva percepción,
conoció a su eterno compañero. La conexión fue instantánea. Ninguno tuvo duda
de ninguno. Sentían las mismas cosas, habían pasado por los mismos procesos
internos.
Como se sabe, la fusión de los océanos crea
océanos más grandes y diversos, donde miles de formas de vida se entrecruzan y
retroalimentan. La unión de dos mundos en plena realización espiralada es como
el cruce de dos canciones para formar el himno a la existencia.
Nunca ninguno olvidó su pasado, sus
desencuentros, la manifestación de sus demonios, los dolores que causaron, las
personas que defraudaron, pero tampoco lo reprimieron, sino que lo integraron
dentro de su gran óvalo de misticidad, que los mantenía latiendo al son del
magma de los siglos.
Fueron sus vidas una aventura interminable,
una explosión cósmica de destellos de armonía, un crecimiento contínuo que
abarcó a todos los seres. Y fue también la comprobación del enlace de los
espíritus, porque manifestaron las virtudes divinas que otorga el tantra, la
perfecta utilización de la energía sexual. Fueron un big bang constante,
palmadas que daban una cálida bienvenida a la eternidad.
Y sus círculos fueron cada vez más numerosos
ya que de manera natural contagiaban su poder de evolución a quienes se le acercaban
e iban elevando así cada sitio donde pasaban, alimentando las almas, volviendo
posibles las utopías, tiñendo los sueños de una coloración tangible.
El paso del tiempo iba confirmando sus
prodigios y ahora eran cada vez más los y las que vivían como ellos. Así, poco a poco, el destino del universo giró
definitivamente hacia la luz.
El tiempo que
pasaban juntos hacía detener las órbitas de algunos planetas, pero aún así,
todo seguía en orden. Era un caos lumínico, eran la orquesta que le ponía ritmo
al devenir del espacio. Eran la confluencia perfecta de energías. Más y más
seres comenzaron a unirse, y las batallas dejaron de existir. El odio, el
miedo, pasaron a ser anécdotas, casi leyendas de una antigua época.
Hay un hecho que me llamó la atención de
sus vidas. Fue cuando estaban en la cima de un pequeño cerro, que les permitía
ver la ciudad donde vivían, en lo que hoy conocemos como medio oriente. Sus
miradas encontradas se detuvieron, de pronto se abrazaron, pero no con sus
cuerpos, si no con sus almas, que juntas salían en el astral a dar vueltas por
el universo, dejando el cuerpo físico en plena paz. Habían conseguido dirigir
sus consciencias en unión. Nunca más vi ese tipo de conexiones, esas luces
totalmente complementadas.
El tiempo pasó y ellos trascendieron
lo visible a tal forma que viven como polvo de estrella, decidiendo cuándo
manifestarse y cuándo no, dónde y por qué, todo en perfecto orden.
Esta es la gran leyenda de Blúo y
Mani, dos seres que se iluminaron en el mismo tiempo y anduvieron la eternidad
de a par.
Hoy, algunos eones después, sigo
pensando que ellos existen y están por algún lugar de la tierra o del mundo de
los pensamientos cósmicos, esperando el momento justo para inundar los
corazones de quienes estén preparados para experienciar aquella unión divina.
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